Formar
parte de una sociedad implica perder hasta cierto punto nuestra identidad para
cedérsela al grupo. Y estas “pequeñas partes” de cada uno conforman la
personalidad social. Es imposible por tanto, desentenderse del resto, porque
incluso este comportamiento pasa a formar parte del conjunto de la sociedad, y
además, es propiciado por la misma.
En
efecto, el precio por formar parte de un grupo es renunciar a ser uno mismo
(hasta cierto punto), adoptando la moral e incluso los comportamientos resultado
de todas esas partes de cada individuo. Así es cómo se genera una moral
consensuada. La que todo el que pertenezca a esa sociedad tiene que aceptar.
Desde
el principio de los tiempos llevamos viviendo en sociedad, y por tanto este
hecho está tan asimilado que es inconsciente. Aceptamos la realidad moral
social como si fuera nuestra, compartimos su ética. Estamos integrados
completamente. Incluso la sensación de no encajar en la sociedad en la que se
vive, no tendría sentido sin la sociedad en sí. Pertenecemos al grupo. Somos
parte de él. El grupo se refleja en nosotros queramos o no.
Esta
globalidad moral, seña de identidad de la sociedad a la que pertenece, y sin la
cual no tendría sentido, en realidad es ajena a nosotros. El individuo no la ha
desarrollado ni sometido a raciocinio, simplemente la ha aceptado, de lo
contrario el grupo lo rechazará. Por tanto es de suponer que cada individuo
tenga su propia moral, su propia manera de pensar, al margen de la sociedad que
lo acoge. Y en más ocasiones de lo que se piensa (sólo hay que ser sincero con
uno mismo para ello) está en conflicto con la ética social.
La
manera de actuar, las opiniones, nuestra visión del bien y el mal, los deseos, nuestros
gustos… todo, aunque no lo creamos, está bajo el prisma de la moral. Si encajan
o al menos, no desentonan en la sociedad en la que vivimos, entonces no nos
importa darlos a conocer. Pero si no… se convierten en secretos. Y todos
tenemos secretos.
No
se puede negar que todos los individuos adolecen de doble moral. El
comportamiento individual, y el colectivo no es el mismo. Lo que vale para uno,
no vale para la sociedad en la que vivimos. Lo que se condena en público, se
hace en soledad. En las relaciones sociales todo el mundo es un modelo de moral
y “buen comportamiento”. Pero incluso esta hipocresía más o menos aceptada, es parte
de nuestra forma de vida.
Esto
es extrapolable a la moral social. El mundo tiene su propia moral, y cada
sociedad de adapta a ella aplicando “raseros” diferentes en relación a la misma
situación en función de los intereses que haya en juego. Lo vemos todos los
días en televisión.
Negar
que un individuo por sí solo, piensa, actúa, siente de manera diferente a como
lo hace entre sus iguales, e interpreta en más o menos medida un papel en la
sociedad, ocultando lo que cree o sabe que no será aceptado, es negarnos a
nosotros mismos y negar nuestra forma de vivir en sociedad. Negar que un país, o
grupos de países, se envuelve en la bandera de una moralidad “ideal”, pero cometen
barbaries por acción u omisión… es negar el funcionamiento mismo del mundo.
Cada
uno sabe… “aquello que sólo él sabe”. Cada uno conoce sus deseos que nadie más
conoce, y los satisface… si puede. Cada uno tiene gustos… incómodos tal vez,
que no encajarían en la sociedad en la que vive. Y todo esto es una obviedad
tan evidente que todo el mundo, de alguna manera, hace que no conoce; porque
¿quién es estandarte de la moral de papel de una sociedad? Nadie.
Lo
que hay que preguntarse es, que si la moral de una sociedad es de trapo, y sólo
representa un comportamiento teórico, ¿es la mejor que se puede adoptar?
¿Podemos avanzar hacia sociedades mejores partiendo de una moral que se desmorona
dentro de cada uno? ¿Puede esto degenerar quién sabe qué, en lugar de evolucionar?
Asociaciones,
sociedades, estados, sistemas políticos, religiones… todos tienen sistemas éticos que conforman el
mundo en que vivimos. Pero dentro de todos ellos, los individuos tienen su
propia moral. En definitiva, no somos sino nosotros mismos los que podemos
cambiar este estilo de vida, a la par que “este estilo de vida es producto de
nosotros mismos”.
Bueno,Enrique,me parece improbable y muy difícil un cambio en tal sentido;de por sí el ser humano es muy complejo,más aun en sociedad.Pretender que una persona sienta,piense y actúe igual que a un semejante,es_aunque parezca increíble_casi una utopía.
ResponderEliminarEn el fondo todos somos un poco egoístas,renuentes al cambio y pretendemos que prime nuestra opinión y nuestros intereses por encima de los de nuestro prójimo,aunque públicamente digamos lo contrario,para no quedar fuera del sistema.
Efectívamente, así es cómo se actúa y fucionan las sociedades actuales.
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