No
me gustaría que alguien pudiera ofenderse por lo que va a leer. Que cada cual
haga un ejercicio de introspectiva además de mirar a su alrededor, antes de dar
por sentado que lo que se dice aquí no es cierto.
Nos
jactamos de vivir en el primer mundo, en el mundo occidental, en una
civilización que ha dejado atrás comportamientos de la edad media, en una
sociedad radicalmente diferente a la de mediados de siglo XX. Vivimos en la “modernidad”
con pensamientos progresistas, tolerantes. Rechazamos el racismo, la xenofobia,
la discriminación religiosa… En nuestro entorno cercano vemos negros, gitanos,
musulmanes… La sociedad “primermundista”, y los individuos que la conforman,
han aceptado la pluralidad, girando hacia un concepto avanzado de convivencia
que asentará las bases de los modelos sociales futuros.
…Y
cómo nos gustaría que fuera cierto.
Intentemos
no engañarnos durante algunas líneas. Las sociedades modernas no son unas racistas redomadas ni xenófobas
radicales (al menos no la mayoría); pero es que ha tenido que “perseguirse” la
intolerancia, el racismo, y repudiar dichos movimientos como “antes” se repudiaba a los judíos (que
paradójico), para hacer cambiar a los miembros de una sociedad. ¡Intolerancia
contra la intolerancia! Es un gran
lema pero con un desarrollo equivocado. Como tantas cosas que hacemos, queremos
resarcir el daño causado con anterioridad de manera radical, lo más rápido
posible; señalar con el dedo al racista, marginar al xenófobo, ridiculizar al
intolerante, no nos lleva hacia un mundo tolerante porque no nos enseña nada.
Por el contrario infunde miedo al rechazo de la sociedad, y de los tuyos. Esa
manera de plantear la lucha contra la intolerancia genera Tolerancia Hipócrita.
Una tolerancia aprendida no en virtud de la lógica, ni la educación, sino por
miedo al “castigo social”; que obviamente es una persuasión poderosa, pero
carente de espíritu “integrador”.
Sigamos
siendo sinceros un poco más. Ser tolerante está de moda, introduce a los
individuos dentro de grupo, es progresista. Ser intolerante no está de moda, es
retrógrado, aleja a la persona de la sociedad. Así que vayamos donde vayamos
todo el mundo es un ejemplo de tolerancia e integridad social. Por eso a todo
el mundo le daría igual que su hijo/a se casara con un negro/a, un musulmán/a, gitano/a.
A cualquier empresario le daría igual contratar a minorías aunque no tuvieran
ventajas fiscales (ya el hecho de tener ventajas fiscales denota que no somos
tan tolerantes). A nadie le importaría que en el colegio enseñara educación
física o educación sexual un gay, religión o ética una mujer divorciada. Nadie
tendría problema en tener una hija lesbiana, un hijo homosexual. Nadie sabe, ni
ha dicho ni ha oído, expresiones o palabras como: “Los gitanos si no te la dan
a la entrada, te la dan a la salida”, “Calentito”, “Sudaca de mierda”, “Tiraflechas”,
“Marión vicioso”, “Todos los rumanos son iguales”… y muchas más. Varían en
función al país. “Hispanos delincuentes”, etc.
Rasquemos
un poco la superficie. Tan débil es la moral tolerante de nuestras sociedades,
que una campaña gubernamental en respuesta ataques terroristas, ha conseguido
deshacer el “trabajo” de tantos años, porque ahora mucha genta piensa que todos
los musulmanes son radicales y extremistas. Los actos de barbarie cometidos por
personas de determinada religión, o raza, no tienen por qué definir o englobar
a todos los individuos que la practican (religión) o son pertenecientes a ésta
(raza). Es este un ejemplo claro, aunque un poco duro, de lo fácil que es dar
marcha atrás. Y si es sencillo, es porque no está asimilado ni interiorizado.
La
tolerancia de las sociedades modernas es de papel, y arde con facilidad al no
estar sustentada por una educación que nos haga ver que todos somos iguales.
Que las diferencia de culturas, de concepciones de la vida, de entender la
religión, no tiene que ser un obstáculo. Que unos pocos no definen a muchos.
La
arrogancia heredada es la que permite mirar por encima del hombro a otros
individuos, la que nos hace no aceptar, aunque sea en secreto, a otros por
motivos que en realidad son ridículos.
Miraos
y sed sinceros, nadie lo sabrá, y preguntaos si alguna vez no habéis dicho: “Yo
no tengo nada en contra de... pero…”. Que cada uno complete la frase como crea
conveniente.
ENRIQUE CABRERA
Bueno, es discutible. La verdadera tolerancia no consiste en no ver las diferencias, sino en verlas y asumirlas. Y eso, muchas veces, implica dejar de lado el instinto. El problema es el miedo natural que el ser humano tiene a todo lo "diferente", supongo que es un mecanismo de defensa ancestral. Y claro, si percibimos al otro instintivamente como una amenaza, nuestro organismo responde pasando por encima de cualquier proceso cerebral. Creo que todo es más básico de lo que realmente nos parece, y mucho más difícil de erradicar.
ResponderEliminarSí, en uno de los artículos de esta misma serie, creo que en el que habla del racismo, utilizao el miedo a la diferencia como uno de los argumentos. Lo que ocurre es que yo no creo en el instinto, de lo contrario la inteligencia no serviría de nada.
EliminarPienso..."YO PIENSO",que el respeto es la esencia de la tolerancia,y funciona siempre y cuando sea recíproca.Tú no eres igual que yo,no piensas igual,no sientes igual,no actúas igual,pero me respetas,motivo este último,suficiente para que yo te respete por sobre nuestras diferencias;y así somos felices ambos,cada uno a su manera.Suena a utopía en el mundo que vivimos.Claro,esto es lo que "YO PIENSO","TU" tienes derecho a pensar diferente.
ResponderEliminarMuy interesante artículo,Enrique.
Efectivamente, en el respeto está la base de la tolerancia y la erradicación de todos los movimientos racistas etc. Pero no habrá respeto mientras alguien se crea más que otro alguien.
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