miércoles, 28 de diciembre de 2011

FIGURA SOBRE UNA MESA



 En el momento de abrir la puerta tuve la sensación de que algo no marchaba bien. No sabía exactamente qué, aunque no tardaría en averiguarlo.
         Desde la entrada, en la oscuridad, pude comprobar, por el frío que erizaba mi cabello, que el ventanal del fondo del salón estaba abierto, y dejaba pasar, además de una brisa electrificante, algunos rayos de luz procedentes del rótulo luminoso del edificio de enfrente.
         Crucé la entrada con ese escalofrío que recorre la columna vertebral cuando crees que, de repente, alguien se abalanzará sobre ti, pero eso no ocurrió.
 La tenue luz que entraba a través de la ventana hizo que vislumbrara una figura sobre la mesa que no adivinaba reconocer.
         Durante unos segundos mis piernas quedaron paralizadas,  mi cerebro colapsado por innumerables posibilidades. Hipótesis que no podría confirmar si no me movía del lugar en que me encontraba.
         Sin soltar mi maletín comencé a acercarme, con los ojos entornados para intentar reconocer lo antes posible lo que ocurría. Seguía acercándome, con pasos cortos, despacio, inclinando el cuerpo hacia delante, como queriendo que mi cabeza llegara antes que yo. Entonces, de repente, me detuve. Ahora comprendía lo que había sucedido.
Estaba allí, inerte, inmóvil sobre la mesa, junto al objeto con que había sido perpetrado el hecho. Horrorizado solté el maletín, no quería acercarme ni tocar nada. Sin apartar la vista de la espantosa escena, rodee la mesa; cerré la ventana, el aire podía empeorar la situación; seguí caminando y encendí la luz. Entonces pude verlo todo con total claridad.
Del instrumento causante de mi desdicha, del brutal desastre, aun goteaba el líquido viscoso que caía a mi preciosa moqueta blanca, y que seguro dejaría una mancha permanente, pues la tinta no sale.
Me acerqué, cogí la nota de despedida que había escrito mi mujer, y la pluma que seguramente había roto, al poner el punto final.

 








                                                                                                                                   Autor: Enrique Cabrera. 1989




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