jueves, 29 de marzo de 2012

LA ARROGANCIA DE LA RAZA HUMANA (III). LOS SISTEMAS POLÍTICOS Y EL BIEN COMÚN.


La ideología es el arma más poderosa que cualquier ser humano pueda esgrimir. Pero para que sea realmente eficaz, es necesario crear una necesidad, o lo que suele dar más resultado, una expectativa o una promesa de “mejorar”.

Dijimos en el artículo anterior de esta serie, que para lograr que una sociedad al completo creyera firmemente que su visión de la moral, la convivencia, el desarrollo, y demás aspectos que determinan su comunidad, son los verdaderos únicos y ciertos, era necesario un adoctrinamiento. Un control social, que en la mayoría de los casos era llevado a cabo por una minoría. Pero son imprescindibles para llevar a cabo este poder, dos aspectos. Primero, unas herramientas ideológicas; segundo, creer firmemente en lo que se pretende conseguir. Y de entre todas esas “herramientas”, cabe destacar dos. La política, y la religión. Juntas, o por separado, han demostrado a lo largo de la historia que no hay mayor y mejor instrumento de adoctrinamiento, control, y poder. Llegando a niveles tales que racionalmente sería imposible imaginar, si no fuera porque los hechos nos han confirmado, y confirman, lo contrario. Por poner un ejemplo relativamente reciente, hubo muchísimas personas que pasaron décadas en campos de trabajo en Siberia, encerrados por el régimen de Stalin, que a pesar de todo, continuaban defendiéndolo.

El término “política”, fue utilizado ampliamente a partir del siglo V a.C., en especial por Aristóteles, que nos veía como “animales políticos”. Se podría definir la política, resumiéndolo mucho, como la actividad que tiene por objeto dirigir las acciones de una sociedad en su beneficio. El proceso orientado ideológicamente hacia la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de un grupo. Y es ahí, en la propia definición, donde está el germen. Los gobiernos tienen como misión principal preservar el “bien común”. Y ¿quién decide qué es lo mejor para una sociedad? Y lo más difícil, ¿cómo consigue que los miembros de dicha sociedad piensen lo mismo?

 Desde el Neolítico hasta nuestros días hemos desarrollado sistemas políticos por doquier. Y todos ellos, en mayor o menor medida, han tenido su aceptación. Sólo ahora vemos impensables términos como absolutismo, despotismo ilustrado y un largo etc. Y todos tienen una cosa en común, siempre se ha pensado que era el mejor sistema. Mejor que los anteriores, mejor que cualquiera posterior, y por supuesto, mejor que el de cualquier otra sociedad contemporánea. Y esa idea, que parte de unos pocos, tiene que ser compartida y aceptada a pies juntillas por el resto de los componentes del colectivo. Interiorizada, y defendida. Los factores que influyen para que esto sea posible son muy diversos, los más importantes serían tres. El nivel cultural de los individuos que deben ser adoctrinados, la coyuntura, y la convicción del (o los) gobernante(s).

Nivel cultural. La diferencia cultural entre gobernantes y gobernados, es fundamental para lograr no solo un sometimiento absoluto, sino para inculcar las ideas convenidas. Tanto es así, que mantener al pueblo “ignorante” ha sido la base para algunos de los sistemas políticos más famosos de la historia. A medida que las sociedades iban adquiriendo nivel cultural, el adoctrinamiento resultaba más difícil. Pero también es cierto que, en sociedades más avanzadas culturalmente, las ideas implantadas son más difíciles de erradicar.

El momento coyuntural. Es este un factor determinante que compensaría el “contratiempo” que supone que los individuos sean menos ignorantes. Porque qué hay más motivador que darle al pueblo algo por lo que “luchar”. Por ejemplo, épocas de crisis han sido caldo de cultivo de algunos sistemas políticos para olvidar, por ejemplo el nacionalsocialismo, más conocido como nazismo.

La convicción ideológica. Es sin duda el factor más importante. Una persona que no sólo crea firmemente que sus ideales políticos sean los más adecuados y perfectos. Sino que sea capaz de manipular el momento coyuntural, apoyándose en los estratos culturales de la sociedad, para que su punto de vista parezca, sencillamente, la única opción posible. Llegados a este punto, sería esta persona la que diría qué es lo mejor para la sociedad, manipulando a su favor todos los factores confluyentes en ese momento concreto.

Pero ¿qué es lo que hace que una sociedad se deje manipular tamaña manera por una idea política? Sin entrar a comentar el peso de los siglos, existen otras circunstancias a tener en cuenta: por ejemplo la necesidad, el desamparo, la desesperación, una crisis profunda etc. Tampoco podemos dejar de lado nuestra historia antigua y no tanto, donde los dirigentes (llamémosles reyes, emperadores etc.), veían cómo las sociedades les otorgaban explícitamente facultades y cualidades divinas.

De una manera u otra, preservar el “bien común” requiere de un sistema político, y de una persona o personas que lo pongan en práctica. Muchos de estos sistemas son una prueba más de la arrogancia de la raza humana, que no ve más allá de sus propias ideas. Cuando en el empeño por “proteger” a una sociedad, se entiende que sólo tus propias ideas son las idóneas, si se tienen los medios necesarios, se estrangula el derecho de elección, cercenando las libertades en pos del “bien común”. Lo que nos lleva a términos como represión, sublevación, guerra civil etc. En la otra cara está el total adoctrinamiento, que lleva a otras expresiones como invasión, guerra, sometimiento, exterminio… y todos los nombres de los diferentes sistemas políticos. Porque tal vez podamos pensar (como todos los dictadores y déspotas antes) que nuestra forma de gobierno es la mejor… pero se nos olvida que la historia nos dice que todos los sistemas políticos desaparecen tarde o temprano. ¿No podría ser que el siguiente fuera mejor que éste?

Probablemente Platón no tuviera razón con su obra “La República” respecto a la organización del estado, pero era sólo una idea. Eso es lo que tendríamos que pensar; que los sistemas de gobierno son una idea llevada a la práctica, y que se puede mejorar. Que no estamos en el último escalón, sino en “un” escalón. Y hay que seguir subiendo.



ENRIQUE CABRERA

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