martes, 23 de octubre de 2012

LA DIMENSIÓN PRÁCTICA DE LA LIBERTAD




Podría comenzar diciendo que la libertad es un utopía que nos mantiene con la falsa sensación de ser dueños de nuestras elecciones. Que en realidad no somos libres porque no podemos hacer lo que queremos al estar coartados por un sistema de continua alienación. Incluso que no pensamos lo que queremos por formar parte de una sociedad que “diseña” a sus miembros para el “borreguismo”. Pero no lo voy a decir. Eso se lo dejo a los jóvenes contestatarios de los que un día formé parte, para que continúen dando mil razones por las cuales darnos a entender que la libertad es sólo una quimera, pero ninguna explicación de cómo evitarlo.

Creo que lo más importante cuando se habla de la libertad es diferenciarla del libertinaje, porque muchos argumentan que las personas no son libres al enfrentarse a un sistema de normas, ya sean legales o morales, en virtud de las cuales se nos imponen prohibiciones, límites. No observar estas normas, y no respetar la ley, la moral, o la propia libertad de otras personas es libertinaje. Ahora alguien dirá que si no existieran normas no habría libertinaje. Supongamos que no hay leyes, para no pisotear al prójimo tendríamos que tener una conciencia tan abierta de sociedad, un respeto tan profundo al resto de las personas, que entraríamos en el terreno de la ciencia ficción. Aun así, es esta sociedad… sin leyes, donde todo el mundo respeta a todos, estaríamos basándonos en un sistema moral, en una ética, que les diría a los individuos qué está bien y qué no; de lo contrario la convivencia sería imposible. De nuevo normas. Por tanto, una sociedad sin normas de ninguna clase no es viable.

Si tenemos en cuenta que todas las sociedades de la historia han tenido un sistema de reglas de comportamientos, se nos plantean tres posibilidades: la primera es que nunca, en la historia de la humanidad, las personas han sido libres. La otra, que las normas no tienen nada que ver con la libertad, ya que el ser humano necesita de ellas para convivir. La tercera sería que la libertad tal y como queremos simplemente no existe, es un término acuñado para describir un sentimiento, o más aún: es un término paradójico ya que sin la ausencia de ésta no tendríamos necesidad de serlo, y por tanto de definirlo.

Ahondemos un poco más. Si desde el comienzo de nuestra historia hemos vivido en sociedades donde existían leyes o normas para convivir, es posible que tengamos eso tan interiorizado incluso hasta el punto de no poder vivir sin ellas, que el hecho de pertenecer a una civilización más o menos reglada no tienen nada que ver con la libertad. ¿Qué sería entonces? Tal vez la libertad tenga más que ver con el número de opciones que se pueden elegir. Desde este punto de vista, una persona sería más libre cuanto mayor número de posibilidades tuviera a su disposición. A más opciones, más libertad. Habría que contemplar aquí dos cosas importantes, una que hasta que no soy consciente para decidir por mí mismo no soy libre, por ejemplo un recién nacido al que se le perforan los oídos no es libre en ese momento para decidir eso, o cuando es bautizado, o cuando se le deja el pelo largo etc. Esto puede parecer banal, pero no lo es en los términos en los que estamos hablando. La otra cosa que tenemos que tener en cuenta es que como el número de posibilidades es limitado (porque seguro que lo es), entonces no seremos completamente libres sino en las limitaciones de las opciones entre las que puedo elegir. De nuevo un callejón sin salida. Otra vez el bucle que nos lleva al principio.

La legalidad, la moralidad, la limitación de opciones… la manera de vivir en sociedad, en general, es incompatible con la libertad teórico filosófica. Los pensadores, desde los presocráticos, han intentado postular una libertad que encajara, bien en el pensamiento teórico, bien en la acción pura. De todas las teorías podríamos quedarnos con tres: un determinismo absoluto, que afirma que si la conducta del hombre se haya determinada, no cabe hablar de libertad. El hecho de que la decisión para realizar una conducta sea el efecto de una causa, significaría que tal decisión no es libre, sino condicionada. Por tanto la elección libre sería una ilusión. Frente a éste está el libertarismo absoluto, que dice que ser libre es actuar de la manera que se quiera, en contra o a favor de lo que pudiera ser normal o aceptado. Esto dejaría la decisión fuera de toda causalidad. Por último existe una teoría intermedia, un… determinismo compatible con cierta libertad, en la que se reconoce que la conducta del hombre se encuentra determinada y que dicha determinación, más que impedir la libertad, sería la condición necesaria para ella. Es decir, para que haya opciones de elección, aunque sean limitadas y de las cuales podemos elegir una, es necesaria una causa que las posibilite (explicado a groso modo). Sin causa, no hay opciones y no hay libertad de elección entre las mismas.

No creo en la libertad en su dimensión teórica, que la englobaría sólo en el terrero utópico de las definiciones inútiles como la “paz” el “bien” el “mal” el “comunismo” la “anarquía” el “bien común” y miles de etcéteras. La libertad existe en la dimensión práctica o no existe. Un individuo se consideraría libre desde el punto de vista de la razón (sin la presión del instinto que no creo que tenga el ser humano), sin ser obligado a una elección y teniendo más de una posibilidad (teniendo en cuenta que no elegir podría ser una de esas posibilidades).

¿Es libre el ser humano? Indiscutiblemente sí, si se cumplen los preceptos enunciados anteriormente. ¿Es la limitación de opciones sinónimo de la “no libertad”? No, la limitación de opciones puede venir determinada por un sistema de valores, un sistema legal, un sistema moral, sistemas que la humanidad ha ido adquiriendo a lo largo de la historia y que nosotros elegimos respetar. ¿Es la causalidad una limitación a la libertad? La causalidad propicia las circunstancias que todos los días, a todas horas, nos hacen decidir. Incluso también determinan las opciones que tenemos. ¿Por qué decirnos entonces que no somos libres? Las personas quieren actuar como les dé la gana, en consonancia sólo a sus valores (independientemente de los de los demás), sin consecuencias. Pero incluso ahí estarían limitados por sus valores. Y qué hay de los demás. Hay quién dirá que el límite sería el respeto por los sus congéneres, pues esa también es una coartación clara de dicha libertad. La libertad a la que aspiran los individuos que dicen que no somos libres, es una libertad que no existe en el ámbito práctico, es inalcanzable por imposible, ni siquiera entra dentro de la razón, porque en el momento que diéramos como explicación para no hacer algo, un motivo ajeno a nosotros mismos… ya no estaríamos en esa utopía que tantos persiguen. Y la razón nos lleva una y otra vez a dar razones por las cuales no hacer o hacer determinadas cosas, aunque sea por preservar la vida de nosotros mismos o la de los demás (algo básico en la convivencia).

Tenemos que suponer, por tanto, que si es la razón la que nos da razones por las cuales actuar de una manera u otra, aunque sea en base a preceptos morales, sin razón no hay libertad. Y si es con la razón con la que elegimos entre unas opciones dadas, entonces hacen falta dichas opciones para ser libres. Y si sin elección, aunque sea por omisión de acción, no hay libertad, entonces para ser libres tenemos que elegir.

LIBERTAD: Elegir entre diferentes opciones en base a la razón y sin coacción, teniendo en cuenta que “no elegir” también podría ser una de ellas.


viernes, 5 de octubre de 2012

LA ARROGANCIA DE LA RAZA HUMANA XI. LA ACEPTACIÓN DEL RELATIVISMO MORAL



“Relativismo” y “Moralidad” son dos términos que la humanidad nunca ha terminado de asimilar dentro de la misma frase, puesto que en cada época, en cada momento coyuntural de la historia, cada sociedad ha tenido su propia moralidad, admitiendo cada vez que era la mejor manera de entender la vida y la relación entre las personas, así como la interacción con el “todo”. Y no nos vistamos con la bandera de la aceptación universal, ahora no es distinto. La diferencia (eso sí) está en que en la actualidad, las sociedades interaccionan más activamente unas con otras, y un individuo o grupo de individuos, están afectados por muchas más circunstancias que antes, circunstancias mucho más efímeras, mucho más cambiantes que siglos atrás. Es decir, los factores que “moldean” la moralidad son más, más complejos, menos duraderos y más globales.

Los sofistas y Platón defendieron posturas opuestas respecto a la moral. Los sofistas plantaban la relatividad en la moral al comprobar que estas reglas de moralidad eran diferentes en pueblos distintos, en principio sin contacto alguno. Pero, cuando estos sistemas morales “diferentes” eran agregados a otras sociedades que se supone estaban en contacto, entonces debería ser posible ordenar estos sistemas de peor a mejor. ¿Adivináis cuál era la mejor para ellos? Obviamente no sería la moralidad de otro pueblo. Platón ponía de “vuelta y media” a los sofistas, dialécticamente (eso sí), y proponía que había sólo una única verdad absoluta y verdadera a la cual se llegaría a través de la razón. La moral entraba dentro de estas “verdades absolutas” que se podían encontrar, ya que era inamovible. Todo lo que era cambiante, como la naturaleza y el universo, no permitía un verdadero conocimiento. Lo que se le escapaba a Platón, era que la moral depende de las circunstancias, que son cambiantes; por tanto su propia teoría pondría a la moral fuera del alcance de la verdad absoluta. Volviendo a los sofistas, hay que decir que si se incluye un sistema moral dentro de otra sociedad, como las circunstancias cambian es normal que las reglas morales lo hagan también. Ambos casos, opuestos, nos enseñan que la arrogancia, sobre todo en materia moral (y no olvidemos que la moral es intrínseca al hombre y lo aborda todo), es un error de forma difícil de evitar.

El “relativismos moral” se puede y se tiene que abordar de dos maneras diferentes: una es el hecho en sí de saber que durante la historia, y en la actualidad, las diferentes sociedades o grupos de personas, han tenido maneras distintas de abordar los mismos “problemas” sociales; la otra es desde el punto de vista evolutivo, esto es, si la moral ha ido cambiando desde el principio de los tiempos, es de una lógica aplastante pensar que continuará haciéndolo. Esta última afirmación nos lleva a pensar que “las verdades morales” simplemente, o bien no existen, o bien no están a nuestro alcance. Defenderlas sería limitar la mente, el desarrollo individual y por tanto el colectivo.

La primera vertiente del “relativismo moral” se refiere directamente a una interpretación del movimiento relativista aplicada a la moral (nada nuevo), lo que explica que diferentes sociedades tenga diferentes reglas morales. El problema que plantea esta vertiente, el error que tenemos que evitar o corregir, es pensar que unas reglas son mejores que otras, a la vez que admitimos que son un producto de las circunstancias. Esto es extremadamente difícil si pensamos que hay sociedades donde dichas reglas vulneran algunos de los derechos fundamentales de los seres humanos que conviven en ellas (no voy a poner ejemplos). Pero el hecho de que se defienda el “relativismo moral”, no implica que se defienda la denigración de las personas. La moral debe estar al servicio de la convivencia social, del avance humano, y ser herramienta para la comprensión de los aspectos fundamentales (y preguntas) que son inherentes a la aparición de la raza humana. Pero se podía pensar que unas reglas aceptadas por todos los miembros de una sociedad, denigren o no a sus individuos, serían válidas dentro de este relativismo. Efectivamente podrían serlo, y entrarían dentro del marco del “relativismo moral”; pero viendo la evolución de la humanidad en perspectiva, habría que decir que estos comportamientos no se adaptan a la sociedad actual, y por tanto, sin decir que las otras moralidades o una de las otras son las verdaderas, habría que admitir que este tipo de reglas donde no todos los miembros de la sociedad están al mismo nivel ni son tratadas igual, no pueden estar dentro del mismo plano, lo que nos llevaría a la segunda vertiente del “relativismo moral” (tratado en el siguiente párrafo). Por tanto, lo que hay que aceptar es que una moralidad que tratara a todos sus miembros por igual, al menos en teoría (la “práctica” entra dentro del marco de la individualidad o de la interpretación de unos pocos), pertenezca a la sociedad que sea, podría ser válida.

La otra vertiente del “relativismo moral” se refiere a la aceptación evolutiva del ser humano. Es innegable que hemos avanzando en todos los aspectos. En todos nuestros “presentes” hemos creído que nuestra manera de abordar la convivencia social era la mejor, a pesar de que cada sociedad tenía un “presente” diferente, y morales diferentes. El hecho lógico de cambiar nuestra manera de entender la vida debido a las vicisitudes políticas, sociales, económicas… es prueba suficiente para pensar (por no decir saber) que continuaremos cambiando. Nuestra moralidad será diferente dentro de cien años de lo que lo es ahora. De hecho, nuestra moral está en continuo cambio. ¿Alguna de las anteriores era la mejor? Si es así, ¿estamos equivocados ahora? ¿Acaso es nuestra moralidad actual la mejor de cualquiera de las que se puede tener? Si fuera así no debería cambiar, pero la historia nos dice que sí lo hará. El “relativismo moral” pone de manifiesto que la moralidad está al servicio de las necesidades y que evoluciona con la humanidad, aceptarlo es necesario para no quedar “estancados”. Retomemos el ejemplo de sociedades cuya ética-moral permite la degradación de algunos de sus miembros, o grupo de individuos; no aceptar que su moral no es la única verdadera (o la única y verdadera), o que podrían estar equivocados, ha permitido que en tiempos actuales las relaciones entre sus miembros, y con otras sociedades, se asemeje más a siglos pasados que a lo que pensamos o creemos que debe ser (o debe DE ser) una sociedad adecuada. Esto sería un ejemplo de “absolutismo moral” en la actualidad. Un estancamiento de la moral, detiene la evolución como sociedad.

Vamos a dar un paso más. La suma de las moralidades individuales da lugar a una moral social diferente a cada una de las individuales, y la suma de éstas define nuestra moralidad como especie que es diferente a cada una de las moralidades sociales. Como especie racional, que somos capaces de hacernos preguntas sobre nosotros mismos, y que adecuamos las normas a la convivencia y viceversa, tenemos una moral, la “moral humana”. Y como especie, también cometemos los mismos errores respecto a ella. Formamos parte de un universo que se nos antoja infinito, por propia definición también son infinitas, por tanto, las probabilidades de que no seamos la única especie inteligente. Desde que se han tenido los medios técnicos suficientes (o tal vez incluso antes) intentamos encontrar una prueba que nos diga que realmente no estamos solos. Creemos que inteligencia y moral tal y como nosotros la concebimos van unidas, craso error, aunque típico en nuestra arrogancia. En primer lugar y más importante, es que la moral sólo son un conjunto de normas que nosotros, aislados aquí en nuestra pequeña isla cósmica, hemos desarrollado. Podríamos pensar que el simple hecho de vivir en sociedad hacen necesarias este tipo de normas, muy bien, demos esto por cierto (aunque es discutible). De dónde sacamos que una sociedad inteligente a miles de millones de años luz de nosotros tengan las mismas reglas o… parecidas. La moral se basa en la concepción del bien y el mal, conceptos que nosotros mismos hemos definido (en la mayoría de los casos con base religiosa). Es decir, ni siquiera sabemos que nuestra concepción del bien y el mal sea la correcta en el desarrollo lógico del universo, es más, ni siquiera sabemos si el bien y el mal existen en realidad, y en base a eso hemos desarrollado una “moral humana”… ¿y queremos creer que las distintas especies que pudiera haber en el universo comparten esa visión con nosotros? Eso sí que es arrogancia. El más mínimo detalle diferente en la evolución de esa especie, si es que tuvo evolución tal y como nosotros la concebimos, diferencias en la concepción de la vida, del universo, un conocimiento más profundo de la existencia (si es que lo tuvieran más que nosotros)… haría que sus reglas (si es que tienen) sean diferentes. Creer mínimamente que todo el universo tenga una moral parecida a la nuestra es ilusorio a la par que arrogante.

Estamos limitados por todo lo que tenemos en derredor, por nuestra capacidad de comprensión, por lo inmenso que se nos presenta el universo. Estamos limitados por nuestras creencias, incluso por nuestras propias normas. Si hay una moral universal, entonces la nuestra está en pañales. Y exista o no esa “moral universal”, nosotros como especie tenemos que contemplar la “relatividad moral”, tenemos que ampliar nuestra visión simplemente para admitir que podríamos estar equivocados, que nuestra moral no es la única y verdadera, que la sociedad vecina puede tener unas normas morales diferentes igual de válidas. Hay que darse cuenta de que la evolución implica cambio, en todos los aspectos, y que la moral también cambia.

Pensad que si el “absolutismo moral” puede detener la evolución de una sociedad, también puede detener la evolución como especie.





ENRIQUE CABRERA