domingo, 26 de agosto de 2012

LA ARROGANCIA DE LA RAZA HUMANA IX. EL ERROR DE LA ESPIRITUALIDAD.


Espiritualidad es un concepto complejo en tanto y en cuanto puede variar notablemente dependiendo de tradiciones, visiones filosóficas, doctrinas etc. En un concepto amplio del significado, la definición sería “la condición de espiritual”. Si nos aventuramos al campo más personal, podríamos hablar de una disposición a investigar o desarrollar las características de su espíritu (aplicando un conjunto de creencias y actitudes), cuyo fin sería experimentar estados de bienestar.

Probablemente cualquier persona que tenga una creencia religiosa entienda la explicación que acabamos de dar. Pero hay que hacer un esfuerzo para ver la espiritualidad fuera del contexto religioso, ya que no es una condición exclusiva de las religiones. Por eso vamos a intentar dar otro concepto o idea, diciendo que la espiritualidad es el sentir generalizado de que existe una “parte diferente” de nosotros mismos, una parte de la que no tenemos un conocimiento empírico, pero que tiene una razón de ser.

Así, la manera en la que cada persona, cada religión, creencia, doctrina, etc. intente llegar a esa parte de cada uno… es indiferente. Lo que realmente importa, y lo que hace que la espiritualidad no sea un monopolio de unos pocos, o unos muchos, es su carácter universal. O, siendo más exacto y riguroso; el carácter universal que nosotros le damos.

Sea como sea nuestro concepto de espiritualidad, es innegable que tenemos la sensación de que ese pedacito de cada persona, que no podríamos calificar de físico, de alguna manera entra en consonancia o interactúa con el resto de las “cosas” que nos rodean. Ese “espíritu” “alma” “esencia” “energía” “chispa vital”… como sea que las diferentes creencias han querido o quieren llamarlo, parece pertenece a algo “superior” (no superior como característica, sino como idea). Ese es el punto donde las diferentes formas de ver la espiritualidad convergen. Por tanto tiene un doble carácter universal. Por un lado, es universal porque es el nexo de unión; por otro, es universal porque abarcamos o intentamos abarcarlo todo. El universo entero.

Todas las creencias, religiosas o no, coinciden en que se evoluciona o se debería evolucionar hacia una espiritualidad tal, que cambiara el rumbo del mundo para mejor. Hay quien piensa que ese lento proceso ha comenzado. En realidad esto sólo nos sirve para ilustrar un ejemplo. Las religiones afirman que el Dios que sea, de la manera que sea, creó el universo. Algunas creencias, sin calificarse religiosas al no profesar ninguna, sí que mantienen la idea de un Dios, o una fuente vital que creó o fue precursor del universo. Otros puntos de vista dejan al margen a Dios, pero afirman que todo en el universo está conectado y tiene una finalidad. Véase cómo, de una manera u otra, lo que nosotros entendemos por espiritualidad, se hace extensible a todo el universo. Y ese es el error.

Tal vez sea inevitable esa visión cósmica de la espiritualidad. Tal vez sea porque el universo nos parece ten insondable como nuestro propio espíritu. Tal vez sea porque ciencia, magia y religión, estuvieron unidas desde el principio de los tiempos hasta hace menos de lo que pensamos. O tal vez sea… que ciertamente es así. Pero aunque esa parte de nosotros mismos que no podemos definir pertenezca o tenga que ver, de una forma u otra, al cosmos… ¿Por qué todo el universo debe ser igual? ¿Por qué la visión de evolución espiritual que tenemos nosotros es la correcta? ¿Por qué pensamos que es así como evoluciona la totalidad de lo existente? Las visiones espirituales no contemplan la posibilidad de que otros seres que pudieran habitar el vasto universo piensen de manera diferente en relación a este tema. Y si así fuera, obviamente, estarían equivocados.

Cometemos un error al creer que la dirección correcta de la vida en el universo es la nuestra. Es decir, que nuestra concepción del desarrollo espiritual para llegar a la plenitud como especie, y continuar evolucionando, sea extensible a todo el universo. Por eso dijimos antes que la espiritualidad tiene el carácter universal que nosotros le damos”. Como en otras muchas cosas, no somos capaces de entender que no tenemos la experiencia ni el conocimiento suficientes, como para afirmar que nuestra manera de ver la existencia es la única y correcta. Que nosotros, en todos los sentidos, en el espiritual también, somos insignificantes frente al universo en el que estamos suspendidos. Y si nuestra espiritualidad no fuera insignificante porque fuéramos los únicos seres vivos “inteligentes” en todo el universo… entonces todo sería un cuento más.

Somos arrogantes si pensamos que estamos solos en el universo. Y somos arrogantes si pensamos que nuestra visión de la espiritualidad y su desarrollo son únicos y sin posibilidad de error. Pongamos un ejemplo, y lo haré con la religión católica por cercanía. Por favor, que nadie se ofenda (es extensible a cualquier religión). Si Dios es único y creó el universo, todos las criaturas inteligentes que lo componen, o al menos la gran mayoría (como pasa en este planeta), serían cristianos. O, ya que cristiano alude a Cristo, adorarían al mismo dios que los cristianos en la Tierra. Es decir, que todos los mensajes que nos hizo llegar Dios a nosotros, de alguna manera… en algún momento de la evolución de toda especie inteligente en el universo, deben o deberían o ya han sido recibidos también. ¿No? Si no, ¿por qué o para qué va a hacer Dios un universo tan extenso si sólo estamos nosotros en él?


No me quiero despedir sin antes poner de manifiesto un hecho que me resulta interesante:
Es curioso que se piense que la evolución espiritual tenga que converger en un punto para todos los seres que pudieran habitar el universo, máxime cuando existe una teoría que también contraería el universo material hasta concentrarlo en un punto. Espiritualidad y ciencia de nuevo de la mano.


jueves, 16 de agosto de 2012

LA MORAL INDIVIDUAL FRETE A LA MORAL COLECTIVA


Formar parte de una sociedad implica perder hasta cierto punto nuestra identidad para cedérsela al grupo. Y estas “pequeñas partes” de cada uno conforman la personalidad social. Es imposible por tanto, desentenderse del resto, porque incluso este comportamiento pasa a formar parte del conjunto de la sociedad, y además, es propiciado por la misma.

En efecto, el precio por formar parte de un grupo es renunciar a ser uno mismo (hasta cierto punto), adoptando la moral e incluso los comportamientos resultado de todas esas partes de cada individuo. Así es cómo se genera una moral consensuada. La que todo el que pertenezca a esa sociedad tiene que aceptar.

Desde el principio de los tiempos llevamos viviendo en sociedad, y por tanto este hecho está tan asimilado que es inconsciente. Aceptamos la realidad moral social como si fuera nuestra, compartimos su ética. Estamos integrados completamente. Incluso la sensación de no encajar en la sociedad en la que se vive, no tendría sentido sin la sociedad en sí. Pertenecemos al grupo. Somos parte de él. El grupo se refleja en nosotros queramos o no.

Esta globalidad moral, seña de identidad de la sociedad a la que pertenece, y sin la cual no tendría sentido, en realidad es ajena a nosotros. El individuo no la ha desarrollado ni sometido a raciocinio, simplemente la ha aceptado, de lo contrario el grupo lo rechazará. Por tanto es de suponer que cada individuo tenga su propia moral, su propia manera de pensar, al margen de la sociedad que lo acoge. Y en más ocasiones de lo que se piensa (sólo hay que ser sincero con uno mismo para ello) está en conflicto con la ética social.

La manera de actuar, las opiniones, nuestra visión del bien y el mal, los deseos, nuestros gustos… todo, aunque no lo creamos, está bajo el prisma de la moral. Si encajan o al menos, no desentonan en la sociedad en la que vivimos, entonces no nos importa darlos a conocer. Pero si no… se convierten en secretos. Y todos tenemos secretos.

No se puede negar que todos los individuos adolecen de doble moral. El comportamiento individual, y el colectivo no es el mismo. Lo que vale para uno, no vale para la sociedad en la que vivimos. Lo que se condena en público, se hace en soledad. En las relaciones sociales todo el mundo es un modelo de moral y “buen comportamiento”. Pero incluso esta hipocresía más o menos aceptada, es parte de nuestra forma de vida.

Esto es extrapolable a la moral social. El mundo tiene su propia moral, y cada sociedad de adapta a ella aplicando “raseros” diferentes en relación a la misma situación en función de los intereses que haya en juego. Lo vemos todos los días en televisión.

Negar que un individuo por sí solo, piensa, actúa, siente de manera diferente a como lo hace entre sus iguales, e interpreta en más o menos medida un papel en la sociedad, ocultando lo que cree o sabe que no será aceptado, es negarnos a nosotros mismos y negar nuestra forma de vivir en sociedad. Negar que un país, o grupos de países, se envuelve en la bandera de una moralidad “ideal”, pero cometen barbaries por acción u omisión… es negar el funcionamiento mismo del mundo.

Cada uno sabe… “aquello que sólo él sabe”. Cada uno conoce sus deseos que nadie más conoce, y los satisface… si puede. Cada uno tiene gustos… incómodos tal vez, que no encajarían en la sociedad en la que vive. Y todo esto es una obviedad tan evidente que todo el mundo, de alguna manera, hace que no conoce; porque ¿quién es estandarte de la moral de papel de una sociedad? Nadie.

Lo que hay que preguntarse es, que si la moral de una sociedad es de trapo, y sólo representa un comportamiento teórico, ¿es la mejor que se puede adoptar? ¿Podemos avanzar hacia sociedades mejores partiendo de una moral que se desmorona dentro de cada uno? ¿Puede esto degenerar  quién sabe qué, en lugar de evolucionar?

Asociaciones, sociedades, estados, sistemas políticos, religiones…  todos tienen sistemas éticos que conforman el mundo en que vivimos. Pero dentro de todos ellos, los individuos tienen su propia moral. En definitiva, no somos sino nosotros mismos los que podemos cambiar este estilo de vida, a la par que “este estilo de vida es producto de nosotros mismos”.

martes, 14 de agosto de 2012

LA MÚSICA DE "LA MUSA. NOVELA DE UNA OBSESIÓN"

Chris Isaak suena de fondo mientras Harry intenta dar una explicación de lo que siente.

[...]Sobrepasamos las barreras de la satisfacción. Continuaba moviéndose en un orgasmo imposible
que nos hizo temblar. Y todo, dentro de ella, fue más cálido, más húmedo.

¿Qué se dice cuando no sabes qué decir? La música, en el silencio cruzado, cobró protagonismo “…What a wicked game to play. To make me feel this way… What a wicked thing you do. To make me dream of you…” ¿Acaso era ella una mujer perversa?
Dejamos que sonara la canción sin decir nada. Si sobran las palabras es mejor dejarse llevar por el silencio, que nunca miente, y es capaz de expresar los sentimientos más fielmente que cualquier discurso. Y lo que sentíamos el uno por el otro era un deseo irrefrenable, un impulso animal, como el instinto que guiaba a los humanos antes de serlo. No tenía nada que ver con el amor, era algo mucho más profundo y primitivo.



ENRIQUE CABRERA

viernes, 3 de agosto de 2012

LA MÚSICA DE "LA MUSA. NOVELA DE UNA OBSESIÓN"


Harry, solo de nuevo en su casa, intenta decidir si continuar con su trabajo mientras escucha los Rolling Stones. En esta dicotomía, el timbre suena justo cuanto empieza la canción "Symphaty for the Devil". 

El timbre.
En el reloj, la posición de las agujas era el único indicio que me hacía saber que en el exterior la ciudad dormía a medias. Las persianas permanecían cerradas, como de costumbre cuando intento que la soledad y el silencio sirvan para algo más que para recordar tiempos pasados que nunca fueron mejores, pero sí diferentes.
El tercer intento. Es la insistencia de alguien que sabe que estás ahí. Así que obligado por, no sé qué, abrí la puerta. Y por segunda vez en el umbral de mi casa, todo desapareció. Y si hubiera albergado alguna duda, (que no era la circunstancia) de lo que tenía que continuar haciendo, en aquel instante habría desaparecido.
                Llevaba una botella de vino tinto en una mano, y dos copas en la otra. Como una de esas escenas en conserva, gastadas ya, que adornan tantas páginas de tantas novelas. Un tópico había llamado a mi puerta. Y mi mundo se paralizó.
                Tengo copas. Lo sé, pero esta escena la escribo yo.
                Vestía con unos tejanos color gris, a juego con unas botas de medio tacón. Un jersey de lana, gris también, con un escote de pico, muy sugerente.
                Pasó por delante mía dejando tras de sí aquel aroma a jazmín que se mezcló con la oscuridad que parecía envolverla. Incluso la penumbra le favorecía.
—Me encanta esta canción —“Simpathy for the devil
                “Pleased to meet you hope you guess my name. Oh yeah
Ah what's puzzling you is the nature of my game.
Oh yeah.”
¿Quién estaba jugando ahora? ¿Quién de los dos era el Diablo?


ENRIQUE CABRERA