Cuando Enrique me pidió que escribiera el prólogo de su primera novela, La Musa, la verdad es que me sentí halagado, dichoso, exultante... Entre casi cincuenta millones de españoles –y muchos más hispanoparlantes-, era yo el elegido. Cierto que Enrique no los conoce a todos, pero sí a los suficientes como para haber podido escoger a otro que fuera más listo, más alto o más guapo que yo (que se dieran todas esas circunstancias juntas ya era menos probable, ya que yo soy bastante alto). Claro, que soy su amigo y la mayoría de la cincuentena de millones restantes, no lo son. Y eso ayuda, digo yo.
Al menos mientras la idea de escribirlo seguía siendo algo abstracto, sólo una intención, mi sensación de triunfo no se alteró. Pero claro, luego llega el momento en el que de verdad hay que ponerse a redactarlo. Cuando de esa idea intangible tiene que surgir algo real que además debe quedar para la posteridad –en el sentido más humilde del término-. Porque es entonces cuando uno se hace la Pregunta… ¿cómo se escribe un prólogo? En ese momento ya no se siente uno tan halagado ni tan dichoso, sino un poco (bastante) desorientado, algo cabreado e incluso deseando haber sido algo más bajito que el resto.
Finalmente llega la hora de ponerse a escribir, y uno tiene la tentación de coger otros libros, otras novelas, y ponerse a leer prólogos para que cada uno –o al menos uno de ellos- le proporcione una idea sobre el qué y el cómo del propio, y del que sacar provecho. Pero conociéndome a mí mismo como me conozco, he llegado a la conclusión de que al hacer eso sólo podría ocurrir una de estas tres cosas que cito a continuación:
La primera es que ninguno de los prólogos leídos me aporte nada, lo que me haría perder un montón de tiempo que podría haber empleado en escribir uno por mí mismo.
La segunda es que encontrara varios que me resultaran interesantes, lo que haría que me dedicara a seguir leyendo y leyendo prólogos, incluso aunque para ello tuviera que comprar más libros, sólo por leer esa minúscula parte de contenido con que se adornan los inicios de éstos. Eso me haría perder aún más tiempo que el caso anterior, me entretendría de la tarea principal de escribir el mío propio y además me costaría mucho dinero.
La tercera y última opción es que encontrara un prólogo que se ajustara a lo que yo quiero escribir –suponiendo que al leerlo yo descubriera qué es lo que quiero escribir- y me de por copiarlo letra por letra, confiando en que nadie que esté en su sano juicio se lee los prólogos de las novelas, y que si acaso los lee no los memoriza ni los recuerda de forma tan siquiera vaga. Pero claro, Enrique se merece de mi parte que sea yo y no otro el que haga el esfuerzo.
Otra forma de hacerlo, que además podría ser más productiva para mí, es la de utilizar el susodicho prólogo en beneficio propio, hablando maravillas de ésta editorial que se atreve a sacar a la luz el trabajo de un escritor novel como Enrique o incluso y llegado el caso, hasta un trabajo mío que algún día les haré llegar para que me lo publiquen. Pero no soy yo dado en demasía al peloteo, al arrastramiento ni al compadreo. Bueno, pero un poquito sí, que todos tenemos un precio y yo estoy en oferta.
La última manera de escribir un prólogo que se me ocurre es hablando de la propia novela en sí o del autor. Pero lo segundo me da una pereza enorme, porque tendería a hablar mal de mi amigo para que no se notara que somos amigos, lo que le haría flaco favor a él y a nuestra amistad; o bien lo ensalzaría como a un nuevo genio de las letras, como un imprescindible de la literatura, pero eso le haría –otra vez- flaco favor a él y a nuestra amistad. En cuanto a lo primero, hablar de la propia novela… lo haría, pero le encuentro un par de problemas. El primero que debido a mi torpeza seguro que lo que cuento de ella es algo más de lo que debería o mucho menos de lo que haría falta, desvelando el final antes de tiempo o dejando al lector impasible ante lo que insinúo de ella. El segundo de los problemas es que si el autor ya la ha escrito y el lector ya la va a leer, para qué coño tengo yo que hablar de algo que el autor ya dejó escrito mejor que yo y que además el lector ya va a leer en cuanto mi prólogo deje de robarle su precioso tiempo.
Así que la conclusión es que le voy a dar a Enrique las gracias por adjudicarme el honor de escribirle el prólogo, le reiteraré que para mí ha sido todo un honor hacerlo, e incluso le rogaré que en próximas y futuras ocasiones vuelva a acordarse de mí para tan alta responsabilidad. Seguidamente le endilgaré este escrito, si fuera menester incluso empleando la fuerza, y le diré que lo utilice si quiere y es de su gusto como prólogo para su novela. Y que si no lo quiere o no le sirve, que no me lo devuelva. Mejor será que se lo meta muy despacito muy despacito… por el agujero del culo.
Javier Ariza
Mis más sinceros agradecimientos a mi amigo "Javi" por haber escrito un prólogo maravilloso.... y que se puede leer.